Intentando vivir

Abril de 2015: Un barco con unos 550 migrantes a bordo se hunde frente a las costas de Libia. Se cree que más de 400 personas murieron ahogadas y otras 150 fueron rescatadas y llevadas a un hospital en el sur de Italia. Seis días más tarde, otro naufragio frente a las costas de la isla italiana de Lampedusa, situada al sur de Sicilia, se cobra la vida de unas 800 personas más.

Agosto de 2015: Dos embarcaciones con unos 500 migrantes a bordo se hunden tras zarpar del puerto de Zuwara (Libia). El mismo día, se halla un camión abandonado en Austria con los cuerpos de 71 personas, procedentes al parecer de Siria.

Septiembre de 2015: La foto de un niñito sirio de tres años, que se ahogó junto con su madre y un hermanito de 5 años tratando de llegar a Grecia en bote desde Turquía, hizo aumentar la empatía hacia migrantes y solicitantes de asilo.

ESTAS SON SOLO algunas de las tragedias ocurridas en 2015 a las personas que salieron de su país con la esperanza de llegar a las costas seguras de Europa. No se trata de un fenómeno nuevo, ni es un problema que atañe exclusivamente al viejo continente. Se ha dado una dinámica similar durante mucho tiempo en el Golfo de Adén, que separa el Cuerno de África de los Estados del Golfo, en el Océano Índico, y a lo largo de las fronteras terrestres en muchas partes del mundo. Pero la frecuencia y la magnitud de los dramáticos sucesos de este año en el Mediterráneo han contribuido a que la migración se convierta en una cuestión humanitaria, política y económica central.

Entretanto, las imágenes y los relatos de migrantes que sufren y sienten frustración han estimulado tanto la asistencia humanitaria inmediata como la adopción de medidas estrictas para mantenerlos fuera de la llamada “Europa fortaleza”: cientos de personas bloqueadas en una estación de trenes en Hungría; personas pasando por encima de las alambradas en un enclave español en el norte de África; multitudes de hombres que suben de un salto a los camiones que entran en el túnel que une Francia e Inglaterra; miles de personas -muchas de ellas con niños pequeños en los brazos- siguiendo a pie las vías férreas de Serbia.

Muchos han vivido historias similares a la de la familia Samir, que huyó de Siria y viajó a través de la ex República Yugoslava de Macedonia, donde recibió atención médica por parte de la doctora Sandra Ignjatovska de la Cruz Roja de Macedonia en una carpa atestada de gente cerca de Gevgelija. La familia acababa de cruzar la frontera desde Grecia tras un viaje de 20 días desde Dara, en el sur de Siria, con cuatro hijos todos menores de 6 años. “Estuvimos cinco días en la frontera entre Siria y Turquía, durmiendo a la intemperie, y todo el tiempo hubo tiros y disparos de francotiradores”, relata Abukushlif Samir, de 24 años, el padre de dos de los niños. Hoy, unos voluntarios se ocupan de ellos, mientras aguardan un tren que los lleve al norte hacia Serbia. Reciben alimentos, agua, pañales y artículos de higiene.

Un lugareño ayuda a un refugiado sirio extenuado que, tras saltar del bote en que iba, llegó a nado hasta la playa de la isla griega de Lesbos, a fines de septiembre.

Fotografía: ©REUTERS/Yannis Behrakis

Las Sociedades Nacionales a lo largo de las rutas migratorias se han movilizado para prestar todo tipo de servicios esenciales a los que emigran y ayudarles a ponerse en contacto con sus seres queridos.

Images:

John Engedal Nissen/IFRC
Tatu Blomqvist/Finnish Red Cross
Turkish Red Crescent/IFRC
Ibrahim Malla/IFRC

“El mar estaba muy bravo”, recuerda Samir. “Estuvimos siete horas en el agua y casi nos ahogamos; éramos 70 a bordo de la pequeña embarcación, que se llenaba de agua. La embarcación que venía atrás, con 60 personas a bordo, se hundió y todas murieron ahogadas. Había muchos bebés; vimos con nuestros propios ojos lo que ocurrió.”

La familia salió en la noche rumbo al norte en dirección de Serbia y Hungría, con la esperanza de llegar a Suecia donde tenía parientes. Dos tercios de las personas que se dirigen al norte desde Grecia pasando por Europa oriental son, como los Samir, sirios que huyen del conflicto, hecho que ha centrado la atención sobre la difícil situación de las personas que escapan de los horrores de la guerra.

Con los más de 60 conflictos que se están produciendo en todo el mundo, el número de personas que se han visto obligadas a abandonar su hogar ha alcanzado proporciones sin precedentes. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados estima que hay 59,5 millones de personas desplazadas por la fuerza en todo el mundo; 14 millones de ellas eran nuevos desplazados en 2014.

Para el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, atender las necesidades de los desplazados es desde hace mucho tiempo un aspecto primordial de su misión humanitaria, ya sea que el desplazamiento haya sido causado a raíz de un conflicto, un desastre natural, el cambio climático, la pobreza o la violencia. Dado el aumento espectacular de las necesidades humanitarias, las Sociedades Nacionales a lo largo de las nuevas rutas de migración han sabido prepararse y actuar con rapidez.

La Federación Internacional y las Sociedades Nacionales en todo el mundo, por su parte, han hecho numerosos llamamientos de emergencia, mientras que el CICR sigue prestando apoyo a estas mediante servicios como el restablecimiento del contacto entre familiares, que ofrece a los migrantes la oportunidad de buscar a sus seres queridos o llamarlos por teléfono. En septiembre, el Movimiento inició la campaña “Proteger la humanidad” (#Protegerlahumanidad), en la que pide al mundo entero que suscriba un llamamiento a los Estados para la protección y el trato digno de los migrantes a lo largo de todas las rutas migratorias.

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