Tribuna abierta: La ayuda en efectivo: una oportunidad de cambiar

En 2003, una pequeña organización humanitaria, conocida entonces con el nombre de Horn Relief, concluyó que donar dinero en efectivo a las personas afectadas por una grave sequía en el norte de Somalia sería la mejor manera de reactivar los mercados y permitir que las personas trabajen y se alimenten. El objetivo de los colaboradores de la organización, entre los cuales estaba yo, no era proponer grandes reformas en la prestación de asistencia, sino que simplemente nos pareció que la donación de efectivo era la solución más práctica para tener en cuenta la dinámica del mercado local.

La economía de la zona se había desmoronado debido a que los pastores, que piden préstamos en la estación seca para comprar artículos de primera necesidad y reembolsan durante la temporada húmeda, no podían afrontar sus deudas. Los comerciantes tuvieron que cerrar sus puertas por la falta de dinero en efectivo.

Durante su visita, los donantes y las organizaciones de ayuda vieron pueblos polvorientos con tiendas cerradas y preguntaron: «¿Cómo se puede proporcionar dinero en efectivo aquí? No hay mercado». Algunos se rieron abiertamente de nosotros. Otros se mostraron desconfiados de emplear efectivo en un país sumido en un conflicto sin un gobierno central y donde muchas zonas eran controladas por las milicias armadas.

Como trabajábamos en estrecha colaboración con la comunidad, nos dimos cuenta de que si se inyectaba dinero en efectivo era posible reactivar la cadena de la oferta del mercado y de que, pese a las dificultades, sorprendentemente Somalia era capaz de adaptarse a programas de donación en efectivo a gran escala. Sabíamos que los comerciantes tenían todavía mercancías, aun cuando sus tiendas estaban cerradas temporalmente, y que el país contaba con un sistema de remesas muy desarrollado facilitado por las sociedades de transferencia monetaria.

El dinero por sí solo no va a cambiar la dinámica del poder que caracteriza al sistema de ayuda y pone trabas a la innovación local.

Por último, Oxfam Novib en los Países Bajos facilitó fondos y se pudo asignar 690.000 dólares a 13.800 hogares. Cuando el proyecto concluyó, la evaluación realizada después de la distribución por Naciones Unidas demostró que las donaciones en efectivo habían sido muy eficaces porque permitieron a las personas más vulnerables tener acceso a los alimentos y otros artículos básicos disponibles en el mercado. Esta iniciativa llevó a una mayor aceptación de las transferencias monetarias en Somalia.

Hoy en día, es bastante corriente utilizar este tipo de transferencias en las intervenciones de emergencia y cuando se llevan a cabo adecuadamente es una modalidad que contribuye a impulsar la economía local y mantener la dignidad de los beneficiarios. Pero en toda esta loca carrera por aumentar las intervenciones de transferencia de dinero en efectivo, me parece que no debemos perder de vista la prioridad de nuestra respuesta que son las personas afectadas y su resiliencia en el largo plazo, para lo cual es indispensable empoderar a las instituciones locales.

Con el tiempo, creo que sería necesario integrar la transferencia de dinero en efectivo en unos sistemas de protección social más amplios, de cuya gestión podrían encargarse los gobiernos. Dada la amplia gama de proyectos especiales relacionados con la donación en efectivo que se inician en todo el mundo es esencial interrogarse sobre la protección de los datos y los riesgos que amenazan el desarrollo de sistemas de protección social sólidos a escala local o nacional. Siempre que sea posible, los datos deben ser recopilados por las autoridades locales y gestionados por los gobiernos, que a su vez deberán adoptar leyes y políticas de protección de datos. Luego sería conveniente hacer que estos sistemas sean más adaptables a las diversas situaciones y así poder ampliarlos gradualmente en caso de crisis o reducirlos si fuera necesario.

Por otra parte, es imprescindible racionalizar el sistema fragmentado, repetitivo y obsoleto de registro de destinatarios. En algunos países, las organizaciones colaboraron en el registro de destinatarios a los que proporcionaron una tarjeta aceptada por varias organizaciones. Sin embargo, esto dista mucho de ser universal. Si lo fuera, los grupos de ayuda podrían poner al personal a realizar interacciones más cualitativas que aborden problemas más sistémicos y profundos.

En muchos aspectos, las transferencias monetarias están impulsando estos y otros debates sustanciales sobre el modo en que los trabajadores humanitarios interactúan con las personas a las que pretenden prestar asistencia. Durante años hemos sabido, por ejemplo, que la importación en gran escala de productos básicos puede tener un efecto grave, y devastador algunas veces, en los mercados locales. Pero había poco interés en cambiar esta situación debido a la subvención de la ayuda alimentaria en los países donantes. Hoy en día, las transferencias de efectivo nos obligan a interrogarnos sobre las repercusiones en el mercado antes de intervenir, así como a mejorar las herramientas de evaluación y seguimiento que utilizamos para decidir a quién hemos de asistir, lo que nos permite asegurarnos de que estemos empoderando realmente a los grupos más vulnerables.

En última instancia, la revolución de las transferencias de efectivo también podría ayudar a las organizaciones locales con conocimiento del mercado local a desempeñar un papel importante y permitirles así contribuir a que las comunidades refuercen su resiliencia. Sin embargo, el dinero por sí solo no va a cambiar la dinámica del poder que caracteriza al sistema de ayuda y pone trabas a la innovación local. Para que haya un verdadero cambio, tenemos que considerar los programas de donación de dinero como una oportunidad para cuestionar nuestras suposiciones, facilitar la autosuficiencia de las personas a las que intentamos prestar asistencia e impulsar una verdadera innovación en lugar de sustituir simplemente los antiguos modos de asistencia —arroz, lonas impermeables y utensilios de cocina— por billetes de colores, tarjetas de plástico o cajeros automáticos.

Degan Ali

Directora ejecutiva de Africa Development Solutions, con sede en Nairobi (Kenia)

Fotografía: African Development Solutions

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