Pautas en constante cambio
El cambio climático también significa que, en muchas zonas de conflicto, las pautas meteorológicas son menos estables. En la árida región del lago Chad, por ejemplo, ha subido la temperatura y hay más sequía desde hace algún tiempo, mientras las lluvias estacionales ya no vienen cuando se las espera. Cuando ocurren, son más intensas, por lo que el agua tiende a permanecer en la superficie en lugar de penetrar en la tierra y recargar los acuíferos. Por otra parte, los períodos secos se vuelven más largos.
“Si no hubiera conflictos, la población podría sobrellevar mejor la situación cuando las lluvias no llegan a tiempo”, observa Janani Vivekananda, investigadora de Adelphi, un grupo de expertos con sede en Berlín encargado por la Unión Europea de estudiar los riesgos de inseguridad relacionados con el cambio climático.
“Antes, si se perdían las cosechas, el propietario podía aceptar que el agricultor pagara después de la cosecha siguiente. Hoy, muchas tierras son inaccesibles debido a los combates y los propietarios ya no pueden esperar que se les dé el dinero después. Por lo tanto, los agricultores tienen que pagar incluso cuando se pierde la cosecha. Pero, ¿cómo lo van a hacer?
En algunas zonas, los sistemas tradicionales de solución de diferencias ya no funcionan, y las normas consuetudinarias sobre quién puede pescar o cultivar dónde y cuándo tampoco rigen, explica Vivekananda.
Según los informes que Adelphi proporcionó a la Unión Europea, para sobrevivir a los tiempos difíciles, las personas a veces talan los bosques para producir carbón, ofrecen sexo a cambio de alimentos o se enrolan en los grupos armados.
El cambio climático también está acentuando otra característica típica de muchos conflictos armados: la lucha por el control de los recursos naturales. Si bien los recursos a menudo no son la causa principal de los enfrentamientos, la lucha por controlar los escasos recursos puede exacerbar un conflicto o incidir considerablemente en la dinámica de los combates.
En muchas zonas afectadas por el cambio climático y los conflictos, un rasgo común ha sido la competencia por la tierra cultivable y el agua, ya que las tensiones se convierten a veces en violencia entre quienes necesitan tierra y agua para cultivar y quienes las necesitan para criar ganado. Causan esas tensiones no solo las pautas meteorológicas, sino también otras dinámicas como el desplazamiento, la intrusión de la guerra en las áreas tradicionales de cultivo y pastoreo u otras presiones.
En Yemen, las disputas por el agua y la tierra han sido parte del panorama político durante siglos y, según numerosos informes y expertos entrevistados para este artículo, a medida que el agua escasea, esos conflictos están aumentando. Si bien muchas de estas luchas locales por el agua son escaramuzas relativamente pequeñas en la periferia del conflicto más amplio, muchos expertos consideran que los recursos cada vez más reducidos del país son un terreno fértil para el agravamiento del conflicto actual o la creación de uno futuro.
Ante estas dinámicas, a algunos les preocupa que los conflictos vayan empeorando en los lugares más afectados por el cambio climático y donde los mecanismos de defensa de la comunidad o el gobierno son débiles, especialmente dadas las graves advertencias emitidas este año por los principales grupos de científicos como el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (véase página 5). Aun así, los expertos en seguridad no logran llegar a un consenso acerca de si los problemas climáticos han contribuido, o contribuirán considerablemente, a generar conflictos (véase en www.rcrcmagazine.org: Clima de guerra).
Sin embargo, en general se reconoce que a causa del cambio climático las personas que viven en lugares donde hay un conflicto serán todavía más pobres. En una serie de informes de 2018, los científicos especializados en el clima vaticinan que el calentamiento de la atmósfera junto con el cambio climático tendrá consecuencias particularmente graves para lugares como Medio Oriente, África del Norte y el Sahel, donde el aumento de la temperatura está superando el promedio mundial.
Otro estudio reciente publicado en la revista Nature Climate Change fue aun más lejos y pronosticó que, si no se toman medidas drásticas para reducir los gases de efecto invernadero, es probable que las temperaturas máximas en la región cercana al Golfo Pérsico alcancen y superen un umbral crítico por encima del cual el cuerpo humano no puede sobrevivir.
Para las organizaciones humanitarias, ha llegado la hora de hacer una profunda reflexión: cómo debemos prepararnos para un futuro en el cual muchos de los lugares donde trabajamos registran temperaturas más elevadas y un clima más seco y son más vulnerables a fenómenos como inundaciones, tormentas de arena, olas de calor y sequías. ¿Debe la intervención humanitaria en situaciones de conflicto adaptarse al cambio climático?
“La respuesta humanitaria tiende a ser a corto plazo y [las organizaciones humanitarias] a menudo no piensan en todo el impacto ambiental que pueden tener sus intervenciones”, asegura Vivekananda de Adelphi.
La investigadora cita un ejemplo reciente en la región del lago Chad. “[Las organizaciones humanitarias] proporcionaron una gran cantidad de alimentos, pero no distribuyeron combustible para cocinarlos, lo que llevó a una deforestación masiva por parte de los beneficiarios que intentaban conseguir fuentes de combustible. Se produjo, a su vez, una degradación del paisaje y se acentuó la desertificación, exponiendo a la gente aún más a las tormentas de arena y las inundaciones”.
Del mismo modo, la respuesta, muchas veces automática, de perforar más pozos para satisfacer la necesidad urgente de agua durante las emergencias acarrea también no pocas consecuencias, observa Michael Talhami, asesor del CICR en política urbana que ha trabajado durante años en Oriente Medio.
“Hoy nuestra política es perforar pozos solamente si podemos justificarlo en función de un estudio hidrológico local y si estamos seguros de que ello no causará daños irreparables a las capas freáticas del lugar”, señala Talhami, y agrega que la perforación de más pozos en las zonas con escasez de agua puede implicar que otros pozos y manantiales se sequen o que se contamine la fuente de agua. “Está claro que, en situación de conflicto, a menudo es difícil, cuando no imposible, realizar estudios hidrológicos meticulosos”.
En Yemen, este problema fue evidente. “Normalmente, la perforación de un pozo requiere un permiso y un estudio para no agotar el acuífero”, dice Bruwer. “En Yemen se ha pasado olímpicamente por encima de esta norma y las personas perforan pozos a diestra y siniestra”.
En consecuencia, no solo ha disminuido el nivel freático, sino que, en algunas partes del país, se ha contaminado el agua que se suministra. A medida que se bombea más agua dulce, el agua salada del océano se filtra lentamente e inutiliza muchos pozos.
Parte de esta perforación excesiva la realizaron organizaciones humanitarias que tenían buenas intenciones, pero gran parte viene de mucho antes, cuando Yemen empezó a industrializarse en la década de 1970 y la población, los agricultores y las empresas compraron sus propias bombas de agua. Las antiguas normas consuetudinarias que aplicaban imanes y líderes locales cayeron en desuso.
Hoy, cuando el conflicto aumenta el estado de anarquía, “tomamos la decisión consciente de reforzar sistemáticamente el papel de las autoridades encargadas del agua y trabajar en soluciones sostenibles”, explica Bruwer.