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Tribuna abierta - La resiliencia urbana: dos ciudades en una

Amenudo se dice que vivimos en la era de las megaciudades pues más de la mitad de la población mundial vive en zonas urbanas. Pero también podemos decir que la rápida urbanización que se registra hoy es la historia de dos ciudades: una de flamantes rascacielos, símbolos de poder, comercio y riqueza, y la otra de tugurios construidos al azar por personas desesperadas en zonas inseguras, propensas a las inundaciones, los deslizamientos de tierra y las enfermedades infecciosas.

Estas dos ciudades tan diferentes coexisten pero al mismo tiempo todo las separa, pues la brecha entre ellas, entre ricos y pobres, es cada vez más abismal. Los del medio —la clase media—tienen que arreglarse con salarios estancados y costos en aumento, y los que están en la base tienen cada vez menos derechos.

Para romper este ciclo es necesario forjar lo que llamamos “la resiliencia urbana”: es decir, la capacidad básica de las personas para hacer frente a situaciones imprevistas, de modo que las ventajas obtenidas en el ámbito de los ingresos, la salud, la vivienda o la educación no se desvanezcan cuando ocurre un desastre. Pero si realmente tomamos en serio la resiliencia urbana, no podemos limitarnos a atender los riesgos específicos y las vulnerabilidades mediante proyectos y programas, sino que debemos tener en cuenta también los principales factores que sumen a la gente en la pobreza urbana.

Es verdad que para muchas personas de la clase baja, la vida está mejorando. En los últimos años, se ha reducido la pobreza y ha aumentado el número de personas que tienen acceso a la educación, el agua potable y  la asistencia de salud. Mientras tanto, las organizaciones humanitarias y de desarrollo han aprendido a trabajar de manera más proactiva para reducir los riesgos y las vulnerabilidades antes de que se produzcan las catástrofes o pandemias. Asimismo están favoreciendo el uso de modelos locales sostenibles de reducción de riesgos y de desarrollo. ​Los barrios céntricos y las barriadas, cuya propia vitalidad y capacidad de innovación suelen pasarse por alto, han comenzado, por su parte, a aplicar soluciones innovadoras a veces con apoyo externo y a veces no.

Ahora bien, estas soluciones pueden fortalecer la resiliencia pero no abordan, ni mucho menos invierten, las tendencias generales que perpetúan la desigualdad de ingresos y riqueza en la base de la vulnerabilidad urbana. Aunque las personas ganan un poco más, el costo de la vida (vivienda, asistencia de salud, educación, alimentos y agua) no cesa de aumentar.

La típica familia de bajos ingresos de una ciudad hoy gasta más dinero que nunca en vivienda y destina una buena proporción de sus ingresos a satisfacer necesidades básicas como la atención de salud, la educación y la nutrición. Mientras tanto, se vuelve cada vez más difícil conseguir el más valioso de los recursos urbanos: la tierra. A medida que suben los precios de la tierra, la presión por edificar prima sobre las normas básicas de seguridad en la construcción y sobre la protección de los recursos naturales que ayudan a salvaguardar las ciudades en caso de desastre.

Entonces, ¿qué hacemos?

En primer lugar, las ciudades deben esforzarse por proporcionar viviendas seguras y asequibles, lo que requiere una voluntad política a largo plazo basada en la premisa de que las inversiones beneficiarán a todos. Las ciudades podrán economizar dinero a largo plazo gracias a una planificación bien pensada, una inversión en construcciones antisísmicas y la prestación de servicios esenciales como el suministro de agua potable y el saneamiento, lo que en última instancia permitirá reducir los gastos de asistencia de salud.

Debemos actualizar y mejorar las leyes sobre la preparación y la respuesta de los países, y por ende de las ciudades, en caso de crisis. En 2010, por ejemplo, Filipinas aprobó una ley nacional de gestión de desastres que obliga a las ciudades a asignar el 5% de los ingresos a la reducción del riesgo de desastres. Estas reformas han comenzado ya a dar sus frutos en muchas ciudades filipinas.

Es indispensable actualizar y hacer cumplir las normas sobre la construcción en las ciudades. Si bien hay cada vez más conocimiento sobre los códigos de construcción, lleva tiempo aplicar las leyes en muchas ciudades donde millones de personas viven en casas y edificios de baja calidad. Las ciudades también deben equilibrar mejor las presiones del desarrollo con la protección de los recursos naturales que salvaguardan el entorno urbano de las crisis naturales previsibles.

Por último, todos debemos seguir esforzándonos para evitar a toda costa que surja el gran destructor de la promesa urbana: el conflicto urbano. Las personas que han vivido la guerra en una ciudad han forjado una gran resiliencia ante las dificultades más inimaginables. Muchas organizaciones humanitarias toman medidas heroicas para apoyarlas. Sin embargo, es indispensable que haya un replanteamiento radical de la forma en que los militares interactúan con las ciudades densamente pobladas, pues no podemos creer que la guerra urbana sea compatible con la resiliencia urbana.

Estas metas son ambiciosas, y hasta parecen imposibles de cumplir, pero al mismo tiempo son necesarias y viables. Después de los desastres de gran magnitud, el dinero fluye. Las sociedades se movilizan y los políticos hacen promesas. Hoy, precisamos esa misma urgencia para prevenir las crisis urbanas y forjar la resiliencia. Esto requerirá liderazgo y valor. Afortunadamente, el crecimiento de las ciudades también tiene su lado bueno. Durante mucho tiempo las ciudades estuvieron en la vanguardia de la innovación; ahora disponen de más poder, más recursos e influencia. Ha llegado el momento de aprovechar esa influencia y forjar así un futuro más resiliente para todos los habitantes de las ciudades.

Fouad Bendimerad

Director ejecutivo de Earthquakes and Megacities Initiative, un grupo privado de consultoría científica que se centra en la reducción del riesgo de desastres urbanos en las megaciudades y en las zonas urbanas de rápido crecimiento.

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